La microbiota intestinal es el conjunto de microorganismos —principalmente bacterias, pero también virus, hongos y arqueas— que habitan en nuestro tracto digestivo. Se estima que el intestino humano alberga cerca de 100 billones de microbios, con una densidad especialmente alta en el colon. La composición y función de esta comunidad microbiana influyen de manera directa en la salud humana.

El microbioma, por su parte, es el conjunto total del material genético (genes) de todos los microorganismos que habitan en un ecosistema como el intestino. Incluye no solo a los organismos vivos (microbiota), sino también a su información genética colectiva. Estudiar el microbioma permite conocer no solo qué microorganismos están presentes, sino qué funciones potenciales pueden desempeñar.

Riqueza y diversidad de la microbiota

Dos conceptos clave para entender la salud de la microbiota son la riqueza y la diversidad. La riqueza alude al número total de especies distintas presentes en un ecosistema, mientras que la diversidad considera tanto esa cantidad como la abundancia relativa de cada especie, es decir, la proporción que representa cada una dentro de la comunidad. Una microbiota diversa y rica suele ser más resiliente y funcional, y se asocia con mejor salud metabólica, inmunológica y mental. La pérdida de esta diversidad se ha vinculado con condiciones como obesidad, enfermedades inflamatorias, alergias y trastornos del estado de ánimo.

Mientras que la riqueza indica cuántas especies diferentes hay, la diversidad también contempla qué tan equilibradas están esas especies entre sí, esto se conoce como equitatividad. Una microbiota con alta equitatividad —donde ninguna especie domina en exceso— se considera más estable y saludable. Un tercer término útil es el de eubiosis, que describe el estado de equilibrio funcional y composicional de la microbiota. En la eubiosis, las funciones metabólicas, inmunológicas y de protección frente a patógenos se mantienen de forma eficiente, sin provocar inflamación crónica ni disfunción sistémica. Cuando este equilibrio se rompe, se produce un estado de disbiosis, caracterizado por una alteración en la composición o función de la microbiota, con predominio de microorganismos proinflamatorios o patógenos.

¿Sabías que la mayor parte de las bacterias que habitan en el cuerpo humano se concentran en el intestino grueso? ¿Y que más del 70 % de las células inmunes del organismo también residen en esa región? Estos datos reflejan la magnitud del impacto que tiene la microbiota intestinal en múltiples sistemas del organismo. Como se ha mencionado, este ecosistema microbiano participa en procesos metabólicos, inmunológicos y neurológicos, que se explorarán en las siguientes secciones.

Funciones metabólicas

La microbiota intestinal participa activamente en el metabolismo de nutrientes, la síntesis de vitaminas (como K, B12, folato y biotina), y la producción de ácidos grasos de cadena corta (AGCC) como butirato, propionato y acetato. Estos compuestos no solo nutren a las células del colon, sino que también regulan la homeostasis energética, la sensibilidad a la insulina y el metabolismo lipídico.

Predomina la fermentación de carbohidratos no digeridos (sacarólisis), lo que produce AGCC beneficiosos. En cambio, la fermentación de proteínas (proteólisis) puede generar compuestos proinflamatorios. Una microbiota alterada, con menor capacidad sacarolítica, puede contribuir al desarrollo de obesidad, resistencia a la insulina, diabetes mellitus, síndrome metabólico y enfermedad hepática asociada a disfunción metabólica.

Funciones inmunes

El sistema inmunológico intestinal representa la primera línea de defensa frente a agentes externos. La microbiota interactúa con el epitelio intestinal y con múltiples componentes del sistema inmune, modulando la maduración de linfocitos, la producción de inmunoglobulina A (IgA) y el equilibrio entre citocinas proinflamatorias y antiinflamatorias.

Esta interacción es clave para el desarrollo de la tolerancia inmunológica, lo que previene respuestas desproporcionadas como la autoinmunidad o la inflamación crónica. Una microbiota equilibrada favorece un sistema inmune vigilante pero no reactivo, que además protege contra infecciones gastrointestinales al competir con patógenos y fortalecer la barrera intestinal.

En contraste, la disbiosis —especialmente cuando hay un aumento de bacterias proteolíticas y disminución de especies comensales clave— puede comprometer esta barrera, incrementando la permeabilidad intestinal y permitiendo el paso de lipopolisacáridos (LPS) a la circulación sistémica. Esto activa linfocitos, favorece la liberación de citocinas proinflamatorias y puede contribuir al desarrollo de inflamación sistémica de bajo grado.

Esta disbiosis se ha relacionado con enfermedades como enfermedad inflamatoria intestinal, enfermedad celíaca, alergias, asma y otras patologías autoinmunes. Además, una microbiota alterada puede favorecer un microambiente inflamatorio persistente que altera la vigilancia inmunológica antitumoral, contribuyendo al desarrollo o progresión de ciertas neoplasias gastrointestinales, como el cáncer de colon. También se ha asociado con una mayor susceptibilidad a infecciones, tanto entéricas como sistémicas.

Funciones neurológicas

La comunicación bidireccional entre el intestino y el sistema nervioso central se conoce como eje cerebro–intestino–microbiota. Algunas bacterias intestinales producen neurotransmisores como GABA, serotonina y dopamina, que influyen en el estado de ánimo, la cognición y la función motora.

Los AGCC también participan en la modulación del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, afectan la permeabilidad de la barrera hematoencefálica y reducen la neuroinflamación.

La microbiota también regula la motilidad intestinal y puede mejorar síntomas en trastornos funcionales, ahora conocidos como trastornos de la interacción cerebro-intestino. En este sentido, la disbiosis se ha asociado con el desarrollo de síndrome de intestino irritable, depresión, ansiedad y enfermedades neurodegenerativas como Parkinson o Alzheimer.

Conclusión

La microbiota intestinal es un ecosistema dinámico que influye de manera crítica en procesos metabólicos, inmunológicos y neurológicos. Su equilibrio es clave para mantener la homeostasis del organismo, y su alteración —conocida como disbiosis— puede facilitar la aparición de múltiples enfermedades, no solo gastrointestinales.

Desde la atención de primer contacto, se deben fomentar hábitos que promuevan una microbiota saludable, como llevar una dieta rica en fibra y baja en grasas, carbohidratos simples y alimentos ultraprocesados, evitar el uso innecesario de antibióticos y realizar ejercicio regular, ya que estos pueden tener un impacto significativo en la prevención de enfermedades crónicas. El estudio de la microbiota no solo mejora nuestra comprensión del cuerpo humano, sino que abre la puerta a estrategias terapéuticas innovadoras, como el uso de probióticos y otras herramientas para modular su composición y función.

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Dr. Eduardo Cerda

Gastroenterólogo y neurogastroenterólogo

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